Sexualidad y sensualidad a través del fragmento

Recuerdo haber encontrado, hace ya tiempo, un disquete de 3,5 pulgadas. Melancolía: tenía aquel dispositivo de almacenamiento de otra época entre mis manos, y no era capaz de desentrañar qué albergaba. De la comercialización de esos dispositivos nos separan aproximadamente diez años.

Quizá lo que sentí en aquel momento se pareciera en algo a lo que un lector de nuestro siglo pueda sentir al leer un poema que no perdura.

Y sin embargo, la lírica griega arcaica existe. Su lectura presenta dudas, y es que uno no puede sustraerse al hecho de que está tratando un texto que, durante más de dos milenios, fue susceptible a sufrir modificaciones que alteraran su contenido. Un fragmento es la parte de un texto cuya totalidad se desconoce, y por lo tanto no puede valorarse en relación a esta. Paradoja: para un lector del siglo XXI, quizá por morbo, esa incertidumbre puede llegar a resultar fascinante, e incluso conferirle nuevo valor al texto.

Es eso lo que me propongo. Perdonen el excurso, pero creo que es muy necesario aclararlo: no dispongo de los conocimientos necesarios para entrar en discusiones netamente filológicas sobre un fragmento de Safo, Anacreonte, Íbico o Píndaro, mal que me sepa. Mi propósito es otro: plantear las dudas que me sugiere la lectura de los fragmentos y poner por escrito alguna vaga reflexión partiendo de estas.

Safo

La crítica1 suele estar conforme en destacar el valor del recuerdo en la poesía de Safo, y a día de hoy han sido superadas las barreras éticas que en su momento impidieran a Wilamowitz2 tomar en consideración su carácter homoerótico. Ambos aspectos parecen ser cruciales en la composición poética de esta autora, ya que el primero determina en gran medida la estructura narrativa del poema mientras que el segundo es central en cuanto se refiere a la temática referida. Me resulta especialmente difícil, llegado a este punto, discernir, y más aún en la obra de Safo, entre lo sexual y lo sensual. Quizá no sea necesario.

Safo al parecer estaba bien situada socialmente y relacionada con la oligarquía local, por lo cual parece lógico suponer que su poesía es expresión estilizada de los modelos éticos de este entorno. El considerar las actividades que la poeta realizaba en el θίασος (“círculo”) como claramente sexuales desde nuestro punto de vista implica, por lo tanto, problemas. De aquí, puede volverse al anterior intento de diferenciar entre sexualidad y sensualidad. A mí me resulta muy difícil en este tipo de poesía, e incluso no me extrañaría que no sea posible, simplemente porque aquel entorno no entendiera tal diferenciación. Sin embargo, merece la pena apuntar la importancia que adquiere la percepción sensible en su poesía: se hallan descritas fragancias, visiones, texturas y demás sensaciones que evocan al lector la experiencia física vivida en su momento por la autora3. Algunos4 señalan que el mismo concepto de sexualidad refiere al conjunto de prácticas desarrolladas por el yo enfocando el interés sobre su propio ser, the self, y que por lo tanto no es un término fácilmente extensible a la antigüedad. Cabe observar, en la misma línea, que la práctica totalidad de la poesía griega arcaica era compuesta con el fin de ser recitada en público, así también la que llamamos erótica5. Por su parte, el entorno propio de la poesía sáfica parece haber sido el de la fiesta religiosa. Safo canta la belleza de sus discípulas y reconoce en ella una cualidad divina, que le provoca la sintomatología amorosa que hallaría continuación en la producción poética posterior. Las líneas, hoy rígidas, que delimitan lo privado de lo social, lo íntimo de lo público, son difusas en la sociedad griega.

 
añoro y busco fervientemente
36
καὶ ποθήω καὶ μάομαι

Íbico

Este poeta, oriundo de la Magna Grecia, parece haber sido deudor de la tradición lírica que se había desarrollado con anterioridad en la Hélade. No pocos son los testimonios que, ya desde la antigüedad, lo identifican como discípulo de Estesícoro. Los temas son ya conocidos: escenas homéricas y pasajes de ciclos mitológicos tratados con bella imaginería por el poeta, que desarrolla en su creación una destreza en la descripción de estos paisajes.

A pesar de esta “deuda poética” con la tradición, Íbico pronto se siente atraído por las historias amorosas, y dedica su capacidad creativa al desarrollo de las facetas eróticas de estos mitos. Probablemente esto sucediera al trasladarse a la corte del tirano Polícrates de Samos, donde más adelante serviría Anacreonte. Se sentiría, quizá, seducido por aquella poesía amorosa, grácil, que resonaba por aquellos lares, y que se acabaría reflejando en sus versos6. El poeta proclama su amor, la pasión personal, al público.

El erotismo de Íbico se enmarca en la pederastia. Se diferencia ligeramente en este sentido de la poesía erótica de Anacreonte, y se establece cierto paralelismo con los rites de passage que se han querido ver reflejados en la poesía de Safo. Ciertamente, la pederastia como práctica social no era en absoluto execrable a ojos de la sociedad griega, e incluso hay indicios que permiten entender que se trataba de una práctica ampliamente difundida. La relación entre ἐρώμενος y ἐραστής (“amado” y “amante”) estaba sometida a una serie de pautas establecidas por el uso social. El amado no podía sobrepasar la edad en que le despuntara el vello facial, y el amante, a su vez, tampoco podía pasar de una edad determinada, que solía estar fijada alrededor de los treinta. Es interesante observar que a lo largo de la lírica griega se muestra de manera repetida un aburrimiento del poeta que se lamenta de su vejez, que lo hace impotente para el amor, aunque es difícil hallar un ejemplo de esa vergüenza en los escasísimos fragmentos de Íbico que la tradición nos ha transmitido.

 
con un plañido.
52
κλαγγί.

Anacreonte

La novedad de la poesía lírica parece radicar en un carácter que, para nosotros, puede sentirse opuesto al de la épica, quizá a causa de la grandilocuencia heroica de ésta frente a la intimidad emotiva de aquella. Sin embargo, los esquemas establecidos por el género épico, al que tanta importancia –no sin razón– se le ha concedido en la literatura griega, siguen configurando el margen de creación en el cual se mueven los poetas de la época. Es de suponer que la poesía popular, cuya totalidad por desgracia nos es desconocida, influyó sobremanera, aunque a veces sutilmente, en la poesía arcaica que la tradición nos ha transmitido. Así como Safo hace uso frecuente de epítetos de eco homérico, en la producción poética de Anacreonte puede observarse7 una tendencia a entender la relación amorosa en clave agonal, en cuanto que el flechazo de Eros desata una lucha interior, en la que el poeta subyace al amor.

Parece despuntar una especie de poesía introspectiva, que trata de describir esa lucha, las pasiones desatadas por el deseo. Se describe una naturaleza violenta que se muestra en la poesía del autor como la faceta menos racional del ser humano. De cualquier manera, otra vez, hay que tener cuidado para no caer en el error –tan tentador, por otra parte– de conferirle a la obra un carácter que le sea anacrónico. La violencia propia de la naturaleza no resultaría, probablemente, nada extraña al hablar de erotismo en la poesía convival. El dios se apodera de su víctima y la abate sin piedad. El poeta cae, y sufre. La única respuesta posible a este dolor parece ser el canto al placer, el hedonismo, causa y consecuencia de aquella caída: el poeta busca la “huida hacia delante”, como indica José Luis Calvo Martínez en la Introducción a su Antología de poesía erótica griega.

La producción poética de Anacreonte se enmarca en un entorno aparentemente ocioso, mucho menos sacro que el de Safo. No se halla rodeado por la élite aristocrática, sino que sirve en las cortes reales de Samos y, cuando debe huir de allá, de Atenas, donde ameniza los banquetes con sus cantos. A veces, su pesimismo en el amor entraña referencias y símbolos algo difíciles de seguir por su carácter oscuro. Frente al carácter marcadamente homosexual de la poesía sáfica, determinado por el θίασος, la poesía anacreontea desprende una espontánea bisexualidad. Sin dificultad el poeta canta ya el muchacho de mirada virgen8, ya los ojos desdeñosos de la jovencilla que rehúye su deseo9.

 
amo y ya no amo
enloquezco y ya no estoy loco
79D
ἐρέω τε δηὗτε κοὐκ ἐρέω
καὶ μαίνομαι κοὐ μαίνομαι

Para poner punto final, quisiera recordar lo que Aurora Luque evoca en la Presentación a su traducción de Safo: nosotros, lectores del siglo XXI, tenemos la suerte y la desgracia de ser conscientes de la fragmentariedad del texto y no obstante, o quizá por ello, es probable que estemos más dispuestos que nunca a comprender y valorar la poesía lírica en aquello que es: versos quebrados. A mí me recuerda a Idea Vilariño.

  1. 1 C. M. Bowra, Greek Lyric Poetry
  2. 2 U. von Wilamowitz M., Sappho und Simonides
  3. 3 Lobel-Page (ed.), Poetarum Lesbiorum fragmenta, 94
  4. 4 D. M. Halperlin, J. J. Winkler, F. I. Zeitlin (ed.), Before Sexuality
  5. 5 J. L. Calvo Martínez (ed.), Antología de poesía erótica griega
  6. 6 C. M. Bowra, Op. cit.
  7. 7 M. L. West, Carmina Anacreontea, 13
  8. 8 B. Snell, Z. Franyó (ed.), Frühgriechische Lyriker, 3. Teil: Sappho, Alkaios, Anakreon, 4D
  9. 9 B. Snell, Z. Franyó (ed.), Op. cit., 88D

Imágenes

Fotografía de la exposición permanente de la Gipssammlung de la Freie Universität Berlin (copia de Los luchadores, s.III aC, Galleria degli Uffizi). Diciembre de 2014.

 

Artículo originalmente publicado en La Veu de la Central el catorce de diciembre de dos mil trece.

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